Las 5 crisis económicas que cambiaron la historia
Cinco años después de que estallara una de las peores crisis financieras de la historia moderna, las cicatrices todavía no se han cerrado.
Mientras siguen surgiendo predicciones que auguran el colapso inminente y los inversionistas prefieren quedarse al margen, la economía global, aunque no tan robusta como antes, no está cayendo en picado, opina el portal Motley Fool.
Pese a que la crisis ha afectado a la vida de muchos, no es tan transformadora como las perores crisis de la historia: el mundo sigue operando del mismo modo que antes.
Para entender el poder transformador que puede tener una crisis financiera, hay que recordar cinco colapsos económicos que cambiaron el curso de la historia, derrumbando imperios, alterando sistemas económicos y cambiando el equilibrio del poder global.
1929: La Gran Depresión
El crecimiento económico de los años 20 del siglo pasado destacó por la introducción de nuevas tecnologías, productos innovadores en el sector financiero y un entusiasmo sin límites por emplearlos por todos los sectores.
Era el mercado alcista, que experimentó, incluso tras el ajuste por la inflación, un crecimiento bursátil del 400% en ocho años finalizando en 1929.
Había razones económicas importantes y muy legítimas para el crecimiento.
Los automóviles y la electricidad también empezaban a transformar el mundo occidental de una cultura agraria a una urbana.
Sin embargo, una exuberancia irracional, combinada con un exceso de recursos prestados (créditos) creado por las innovaciones financieras de la época, finalmente elevó los precios de mercado muy por encima de sus niveles lógicos.
Por la falta de control gubernamental sobre el sistema financiero y sobre la economía en general, no hubo una mano fuerte que pudiera detener la caída al abismo una vez que terminó el optimismo del mercado.
El largo camino hacia la recuperación de la crisis duró 25 años, pasando por una guerra mundial y una transformación irreversible de las instituciones gubernamentales.
1789: La Revolución Francesa
Los últimos 250 años han visto numerosas crisis económicas, pero antes de la Gran Depresión, ninguna había afectado el curso de la historia mundial tan profundamente como la que estuvo detrás del colapso de la monarquía francesa en 1789.
La Francia prerrevolucionaria era una nación en la que las élites adineradas engordaban mientras las masas pasaban hambre.
La nobleza, el clero y la burguesía de clase media-alta suponían alrededor del 10% de la población francesa, pero tenían aproximadamente la mitad de todos los ingresos nacionales en 1788.
Paradójicamente, la Revolución Francesa estalló después de que el rey Luis XVI destinara demasiado dinero del perteneciente a la corona a la revolución estadounidense.
La deuda francesa se elevó a casi 3.000 millones de libras y la mitad de todos los ingresos terminaron yendo hacia la devolución de la misma, a pesar de que las tasas de interés anuales estaban por debajo del 6%.
El déficit siguió creciendo después de la guerra debido a la construcción de la Armada en previsión de nuevas batallas con Gran Bretaña, así que los ministros de Finanzas empezaron a temer que se llegara a una situación de insolvencia.
Los intentos de cambiar el Código Tributario francés por votación de la Asamblea fueron rechazados por la élite.
La sangrienta revolución que siguió sacudió a Francia durante una década, llevando directamente a la época napoleónica y a la eventual transformación de Europa, que pasó de ser un mosaico de territorios vagamente alineados a albergar a varias potencias imperiales.
Gran Bretaña se convirtió en el mayor beneficiario del colapso económico de Francia.
1720: Las burbujas de las compañías del Mar del Sur y del Misisipi
Aunque la burbuja de los tulipanes es más conocida, las burbujas gemelas de South Sea Company (la Compañía del Mar del Sur) y la Compañía del Misisipi, hinchadas en Gran Bretaña y Francia a principios del siglo XVIII, tuvieron un impacto mayor en el mundo financiero global.
Ambas burbujas se capitalizaron sobre el enorme interés público por las crecientes colonias americanas de los dos países y su potencial económico y ambas estallaron por la acción de charlatanes hábiles que gozaron del apoyo explícito del Gobierno.
Antes de estallar, las burbujas se habían hinchado hasta tamaños verdaderamente asombrosos.
Sin necesidad de proporcionar la más mínima evidencia que respaldara las promesas más extravagantes, las compañías se promocionaban como puentes a las incalculables riquezas del Nuevo Mundo.
Contado con un amplio apoyo de sus gobiernos y grandes cantidades de dinero de sus respectivas cortes reales, gozaban de una legitimidad incontestable (aunque no verificable) que prestaba a todo lo que decían una apariencia de verdad.
Fomentadas con toda clase de mentiras sobre los fondos de estas empresas en el Nuevo Mundo, los precios de las acciones se disparaban día tras día.
En cuanto la recuperación de beneficios en la parte superior de cada burbuja se precipitó, muchos inversores quedaron arruinados.
El enojo público producido por estas implosiones contuvo el desarrollo de los mercados comerciales tanto en Gran Bretaña como en Francia durante casi un siglo.
El impacto financiero de las burbujas también fue enorme.
Tras el ajuste por la inflación, la capitalización bursátil combinada de estas dos compañías alcanzó los 500 millones de libras esterlinas en su auge, aproximadamente el equivalente a la mitad de la producción económica de todo el mundo en aquellos momentos.
1627: La quiebra del Imperio español
Las vastas riquezas de oro y plata (unos tres billones de dólares) que mantenía el Imperio español a finales del siglo XVI gracias a las expediciones de los conquistadores al Nuevo Mundo, financiaban las numerosas campañas militares que llevaba a cabo en Europa.
Como consecuencia, España expandió sus territorios hacia una gran parte de Italia, Alemania y los Países Bajos.
Pero las constantes guerras y ocupaciones militares agotaban el tesoro español, que sufría una presión inflacionaria debido al influjo de plata y oro del Nuevo Mundo.
En lugar de reformar las finanzas reales, el ineficaz rey Felipe III condenó a España a un descenso hacia la irrelevancia a largo plazo.
El impago de las deudas de la corona impidió que el Imperio sofocara una rebelión holandesa en 1607.
Este fracaso, cinco años después de que los holandeses establecieran la primera empresa con cotización bursátil de la historia, desplazó el poder económico de Europa hacia Ámsterdam.
El esfuerzo reiterado para someter de nuevo a los Países Bajos en la década de 1620 por el recién coronado rey Felipe IV tropezó con un colapso económico desastroso en la provincia vital española de Castilla, en 1627.
La corona española había devaluado su moneda hasta tal punto que esta se quedó efectivamente sin valor, y las fuerzas españolas tuvieron que vivir de los saqueos que llevaban a cabo en la mencionada provincia por algún tiempo.
La bancarrota de España de 1627 fue la quinta en 70 años, pero esta puso al poder español en decadencia definitivamente, despejando el terreno para el crecimiento de los imperios mercantilistas de los Países Bajos y del Reino Unido.
El ascenso al trono en 1665 del discapacitado y deformado (debido a los sucesivos matrimonios consanguíneos en la familia real) Carlos II fue el último clavo en el ataúd del Imperio español.
235: La crisis del tercer siglo y el declive de Roma
El tardío Imperio Romano, que se había expandido por todo el Mediterráneo y hasta partes de Oriente Medio, África y Asia Menor, vio su economía empezar a resquebrajarse en el siglo III.
Hasta aquel tiempo Roma llevaba casi 800 años proyectando su poder, pero el sistema llegó a ser cada vez más frágil tras el asesinato del emperador Cómodo en el año 193.
La dinastía que asumió el control tras su muerte reinó durante cuatro décadas hasta terminar en el año 235 con el asesinato del emperador Alejandro Severo a manos de sus propios soldados.
La lucha por el poder que siguió, rompió la cohesión interna del Imperio y destruyó de este modo su red comercial.
La degradación de la moneda estaba fuera de control, mientras el Imperio perdía también su dominio sobre las provincias exteriores y se veía obligado a acuñar monedas con cada vez menor cantidad de metal precioso.
Ciudades y pueblos de todos los tamaños se arruinaban y destruían, porque Roma ya no podía pagar a las legiones que siempre habían mantenido la paz dentro de sus fronteras y garantizado la seguridad de los comerciantes y viajeros a lo largo de miles de kilómetros de carreteras.
La avanzada economía interna interdependiente, basada en el comercio, se deterioró (sobre todo en la mitad oriental del imperio) pasándose a un sistema más feudal, en la que los grandes terratenientes construyeron entidades autosuficientes y otorgaron protección a los pobres a cambio de su libertad.
El Imperio dividido finalmente se reparó en el curso de las campañas militares del emperador Aureliano en el año 275, pero nunca recuperó su antigua gloria.
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