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domingo, 28 de julio de 2013

LA DEMOCRACIA LIQUIDA, ¿YA NO CONFIAS EN NINGUN PARTIDO POLITICO?


¿Ya no confías en ningún partido político? Bienvenido a la democracia líquida (I)



Confieso que estoy hecho un lío. Lo estoy a rebufo del affaire Bárcenas, de los ERE´s de Andalucía, de los sinvergüenzas de Valencia que construyen aeropuertos sin aviones, y del jeto de Rajoy en un plasma soltando lugares comunes, en plan Gran Hermano celtíbero. A estas alturas de la película (de terror), pues, ya no sé a quién debo dirigir mi voto en las próximas elecciones, si a los hippies “tol mundo er güeno” pseudocientíficos, antitransgénicos y antivacunas de las izquierdas o a la caverna retrógrada, religiosa y meapilas que se encomienda a la Virgen para que ella subsane el fregado en el que andan metidos.

Vote a quien vote, me siento estafado. Sé que ambos me robarán la cartera. Sospecho que si deposito mi confianza en un partido pequeño, en cuanto se haga mayor, en cuanto abandone la posición “no tengo nada que perder”, acabará haciendo exactamente lo mismo. Y encima, como se ha demostrado, una formación política puede incumplir punto por punto todo su programa y yo no podré arrepentirme hasta transcurridos los cuatro años de rigor. Ni siquiera me dejarán quemar Barcelona o Madrid por la rabia, porque encima me iré a casa con un ojo menos de resultas de un bola de goma.


Dada esta situación, uno se pregunta, quizá de un modo un tanto apocalíptico, si no estamos viviendo, de facto, en una dictadura que finge no serlo. O directamente, si a político solo se meten pícaros y estultos con una gran facilidad para hacer teatro y mentir sin que se le caiga la cara de vergüenza (o tal vez es el propio sistema el que te invita a convertirte en eso, tal y como denuncian algunos técnicos).

¿Qué tipo de democracia quieres?

A grandes rasgos, el problema de la democracia actual se puede resumir en dos posturas. Apostar por una democracia pura, en la que los ciudadanos voten y decidan directamente, sin intermediarios, a propósito de todas las decisiones importantes. ¿La seguridad social debe financiar la homeopatía? Preguntemos al pueblo. ¿Debemos construir más kilómetros de AVE? Preguntemos al pueblo. ¿Eliminamos el Senado? Preguntemos al pueblo.

Este tipo de democracia resultaría, a la larga, perniciosa para todos, porque la mayoría de nosotros no tenemos el tiempo (y a veces ni las ganas) de profundizar en absolutamente todos los temas. Uno puede haber leído mucho sobre los beneficios de tener un medio de transporte como el AVE. O puede que haya pasado meses buceando en ensayos clínicos sobre homeopatía. Pero nadie puede dominar todos los temas. De hecho, en la mayoría de los temas, todos nosotros somos unos completos ignorantes. Imaginaos el resultado, pues: la mayor parte de las decisiones complejas se dirimirían por parte de una mayoría de personas ignorantes en dicho tema.

Así que al final acabaríamos tomando decisiones erróneas. Sería profundamente democráticas, eso sí, pero también profundamente erróneas. Como si a la hora de decidir el grosor de los pilares maestros de un rascacielos de 50 plantas le preguntáramos a todo el que pase por allí, y no a los ingenieros. La democracia directa, en consecuencia, resulta tan nociva como sus opuestos, como las tiranías, las monarquías, o las teocracias.

El otro tipo de democracia, en la que actualmente estamos inmersos, evita preguntar sobre toda clase de temas al pueblo, derivando esa responsabilidad a un comité de expertos. Es decir, las formaciones políticas. Cedemos nuestra confianza a un grupo de personas que se dedica, supuestamente, a profundizar en todos los temas que a nosotros se nos escapan. Delegamos. En esta clase de democracia representativa, al final, lo que más importa son los resultados (o explicar de la forma más pedagógica posible la razón de que se decida, por ejemplo, subir determinado impuesto o cualquier otra medida impopular que, a largo plazo, tendrá beneficios para todos).

Esta clase de democracia parece tener mejor pinta que la democracia pura. Al fin y al cabo, sólo los médicos operan a corazón abierto. Sólo los jueces te condenan al trullo. Sólo los pilotos manejan aviones comerciales. Así pues, sólo los políticos y los expertos que ellos designen deberán tomar las mejores decisiones para el pueblo. Pasada la legislatura, el pueblo echará cuentas y decidirá o no volver a confiar en esa formación política.

El problema, dadas las circunstancias, es que los políticos parecen tontos, en el mejor de los casos, o directamente son unos mangantes, en el peor. Si no podemos confiar en el vecino tonto, pero tampoco en la integridad intelectual y moral del experto, ¿qué nos queda?


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