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jueves, 20 de febrero de 2014

ESPAÑA: CUENTA ATRAS PARA LA DEFLACIION


Malas noticias: España abocada sí o sí a 
la deflación

Se ha pasado demasiado de puntillas sobre los últimos datos de inflación en España que se dieron a conocer la semana pasada. Son realmente preocupantes. El IPC se encuentra en su nivel más bajo de los últimos cuatro años tras situarse en enero en el 0,2% interanual. De las 57 rúbricas que lo componen, 19 se encuentran en negativo y sólo 10 muestran tasas superiores al 2%, como nos recuerda el Servicio de Estudios de Bankia, del que tomo prestados los gráficos. La subyacente, que excluye alimentos frescos y energía, está también en ese nivel, mientras que la subida de precios eliminando el efecto impositivo (tasas y tributos en tabaco, universidad o similares) se reduce a un magro +0,1% en los últimos doce meses.
No interesa hablar de deflación, pero es un riesgo que está ahí. Y que más nos vale no obviar. Sobre sus efectos económicos hemos escrito en numerosas ocasiones en Valor Añadido, por lo que no nos vamos a extender (Valor Añadido, "Mamá, qué miedo: viene la deflación", 11-09-2008; "El fantasma de la deflación asusta a España", 17-05-2010; "Deflación a la vista, tiembla el Tesoro", 06-11-2013). Lo relevante a día de hoy es ver si el discurso oficial de Administración, BCE y analistas ilustrados se cumple –estamos viendo el suelo de este indicador en nuestro país y a partir de aquí la cosa remontará con la actividad– o, por el contrario, se impone la tesis de los que pensamos que su materialización es algo inevitable. Si es que no ha ocurrido ya. Tampoco en Japón en el año 94 había muchos que creyeran que iba a llegar y llegó; para esos mismos se trataba de un fenómeno temporal y su economía está cumpliendo su segunda década de precios decrecientes. Y eso con un nivel de paro irrisorio y una tasa de ahorro de los particulares elevada. Ojito.
Nuestra situación es sustancialmente distinta, a peor. En relación con el tema que hoy nos incumbe, importa más que cualquier otro factor –especialmente cuando un estado no controla ni su política monetaria ni la cambiaria, cosa que los nipones sí hacían– el llamado output gap, esto es, la diferencia entre el PIB real y potencial de un estado. Este último concepto ha generado doctrinalmente no pocos debates pero, de acuerdo con este interesante paper del FMI (IMF, "Back to basics: What is the Output Gap", septiembre de 2013), se podría definir como la cantidad máxima de bienes y servicios que una región es capaz de producir a plena capacidad. Si el saldo es positivo, sería señal de sobrecalentamiento y al revés. Por lo general, para un nivel de factores de producción dado, el sentido del signo + o - dependería exclusivamente de la demanda.
Pues bien, es evidente que existe una correlación positiva entre output gap e inflación. Cuanto mayor es, más presión sobre los precios al alza. Cuanto más negativo es su signo, más posibilidades de caída de los mismos, primero, o de deflación, después. Si el interés de consumidores, inversores y Administración por comprar, meter fondos o activar la economía no repunta, la situación excedentaria en tierra, mano de obra, capital productivo, inmobiliario o tecnológico permanecerá hasta que salarios y precios alcancen un nuevo punto de equilibrio a la baja en el que sí que lo haga. Es exactamente el proceso en el que se halla actualmente España con tres problemas: no puede actuar sobre sus propios tipos de referencia, no tiene posibilidades financieras para desarrollar estímulos fiscales y no hay oferta de crédito a un coste razonable porque el sector privado permanece sobreendeudado. No way out.
En Japón, cuando la deflación llamó a la puerta, el output gap había pasado del +0,2% en 1993 al -2,8% en 1995, segundo año del fenómeno. En el caso de España, de acuerdo con datos de Economic Watch referenciados igualmente a distintas publicaciones del Fondo Monetario Internacional (ver cuadro), el salto ha sido de un +4 en 2007 a un -5,4 que estima la organización supranacional a cierre de 2013, suelo del ciclo. Casi nada. Una proporción que ni de lejos las tasas de crecimiento estimados para este ejercicio y el siguiente van a permitir corregir de manera rauda. Más aún si la fortaleza reciente del euro pasa factura a la competitividad de nuestras exportaciones –como ya hizo el año pasado según nos recuerda Carlos Sánchez, por una parte, Juan Carlos Barba, por otra– y abre una vía adicional de agua en la balanza exterior española.
Podemos seguir empeñados como nación en instalarnos en un discurso de autocomplacencia irreal, basado en una esperanza de recuperación económica que huele hoy más a mera estabilización estadística que a otra cosa, y obviar las amenazas reales que nos acechan como es la que nos ocupa en este post. Sería un grave error. Hemos malgastado buena parte de la crisis en resolver los problemas de corto plazo sin sentar las bases para un cambio de modelo productivo que permita una recuperación sostenida de actividad y márgenes en el futuro. Seguimos, como hace 40 años, dependiendo del turismo, las remesas y la producción de coches. El ajuste ha empobrecido a los ciudadanos y no ha cambiado el perfil del país. Para este viaje, de verdad, no hacían falta tantas alforjas. Al renunciar al mañana y centrarnos en el presente, el riesgo de que nuestra vida se niponice es aún mayor. Brinden con cava antes de que se les atragante. 

sábado, 31 de agosto de 2013

600 SOLDADOS ESPAÑOLES EN EL LIBANO, EN ALERTA POR ATAQUE INMINENTE A SIRIA


España pone en alerta a sus tropas en Líbano ante el inminente ataque a Siria


Soldados españoles realizan controles en una playa de Líbano. (EFE)
Los casi 600 soldados españoles desplegados en el sur de Líbano, una misión auspiciada por la ONU en la que nuestro país participa desde 2006 dentro de una fuerza multinacional compuesta por decenas de países, se enfrentan ahora a una situación endiablada que poco o nada tiene que ver con la razón de su presencia en la zona. El riesgo de que un ataque militar de EEUU y sus aliados contra el régimen sirio de Bachar al Asad, que parece inminente, incendie toda la región es muy elevado, según coinciden en señalar todos los analistas, lo que podría arrastrar a las tropas españolas a un conflicto bélico no deseado y de consecuencias imprevisibles.
El escenario ha cambiado radicalmente. Los 1.100 soldados españoles que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero envió a Líbano a finales de 2006, tras la guerra entre Israel y la milicia chií Hezbolá, tenían como misión evitar nuevos choques armados entre ambos bandos y reforzar la frontera sur del país. Hoy el contingente se ha reducido a poco más de 600 militares -entre otras razones por el elevado coste del despliegue, que en 2012 ascendió a casi 175 millones de euros-, pero su objetivo sigue siendo el mismo: ejercer de colchón entre las fuerzas israelíes y los milicianos de Hezbolá. Sin embargo, un ataque de EEUU contra la vecina Siria podría convertir a las tropas españolas en blanco de represalias.
El Ministerio de Defensa, que prepara ya el relevo del actual contingente -estacionado en la zona desde el pasado mes de mayo- por uno de refresco, es consciente de la gravedad de la situación. En un comunicado oficial difundido ayer, el departamento que dirige Pedro Morenés aseguraba que "la crisis siria aconseja reforzar temporal y preventivamente las medidas de protección" de las tropas españolas. El grueso de éstas, formado por la Brigada de Infantería Acorazada Guadarrama XII, se encuentra desplegado en la localidad de Marjayún, al sureste de Líbano y cerca de la frontera con Siria.
El conflicto civil en Siria, en realidad, hace ya meses que ha desbordado las fronteras del país y toca de lleno a Líbano, por lo que una intervención militar estadounidense no haría sino agravar el riesgo de contagio. El pasado día 23, sin ir más lejos, medio centenar de personas murieron y otras 500 resultaron heridas en dos explosiones ocurridas junto a sendas mezquitas en la ciudad de Trípoli, al norte del país, escenario de frecuentes y encarnizados enfrentamientos entre partidarios y detractores del régimen de Al Asad.
Una semana antes, otro atentado, esta vez en Beirut, dejó un saldo de 20 muertos y más de 100 heridos. Este último ataque tuvo como objetivo a Hezbolá, que dispone en el extrarradio de la capital de uno de sus feudos. La milicia chií liderada por Hasan Nasrallah es uno de los mayores aliados del régimen de Al Asad en la región, y muchos de sus militantes combaten codo con codo junto al Ejército sirio. Su ayuda fue fundamental para recuperar a principios del verano la ciudad de Al Qusayr, hasta ese momento un bastión en manos de las fuerzas rebeldes.
Los ataques del Ejército sirio contra territorio libanés también son muy frecuentes. El pasado 3 de agosto, un bombardeo de las fuerzas armadas de Al Asad contra grupos de refugiados sirios en la localidad de Arsal, al este de Líbano, mató a 10 personas e hirió a varias decenas. Arsal, de mayoría suní, apoya la rebelión siria, por lo que se ha convertido desde hace meses en blanco de los ataques de Damasco, que trata así de frenar el continuo tránsito de armas y combatientes hacia su territorio.
Esa frágil y precaria estabilidad que vive Líbano podría desmoronarse definitivamente si EEUU, apoyado tal vez por Francia, lanza un ataque contra objetivos militares sirios. En ese caso, las posibilidades de una respuesta armada por parte del Ejército sirio o de Hezbolá contra las tropas de la ONU estacionadas en Líbano, incluidos los más de 600 soldados españoles, se multiplicarían. Ese escenario provoca una honda preocupación en el Gobierno de Mariano Rajoy, que bajo ningún concepto quiere verse arrastrado a un conflicto en el que no se juega nada, y que tiene muy presente los errores cometidos por José María Aznar en Irak.