El hombre que hizo negocio a costa de los 'call centers'
“Buenas noches, me llamo Pamela y le llamo para proponerle un plan de datos que…”. El teléfono irrumpe en mitad de la noche y acaba con la paz del hogar. El aludido comprueba desesperado cómo una y otra vez los teleoperadores llaman a cualquier hora del día y de la noche proponiendo toda clase de productos y servicios.
Y son correosos: no es fácil soltar un “no me interesa” y colgar. La mayoría de los operadores van a comisión y una vez que consiguen que alguien les atienda, no sueltan la presa. Una vez que nuestro número cae en una de esas bases de datos en poder de empresas de marketing es prácticamente imposible librarse de este pesado yugo.
Pero, en ocasiones, estos operadores dan con el ingenio de desesperados clientes que les devuelven el golpe de forma definitiva. Si el “ya no me llame más” no funciona, hay alternativas que sí lo hacen. El año pasado nos hicimos eco de la efectiva idea de un británico, que decidió facturar a las firmas el tiempo perdido en atender este chorreo de llamadas, y el asunto fue mano de santo.
Cambio de número a uno 'premium'
Pues bien, volvemos al Reino Unido porque la historia se repite. Lee Beaumont estaba desesperado ante el imparable asedio al que estaba viéndose sometido. Este joven lo había intentado ya todo y la desesperación le hizo adoptar una maniobra muy interesante: cobrar por cada llamada recibida.
Así las cosas, en noviembre de 2011 contactó con su operador y cambió el teléfono de su domicilio por uno premium, lo que aquí sería un número de tarificación especial con el que gana dinero el que recibe la llamada. De partida logró que su teléfono de toda la vida, quemado ya por las empresas de marketing, desapareciera para siempre, al menos con su titularidad.
Y a partir de ese momento comunicó a todas las empresas con las que tenía contratado los diversos suministros el nuevo número, de pago en este caso. Un cambio más a ojos de las firmas que acosaban al desamparado cliente, pero un antes y un después para este aguerrido consumidor.
De la noche a la mañana, recibir las llamadas que le atormentaban contaba con un inesperado aliciente: a partir de ese momento, comenzaba a ingresar dinero por cada una recibida. En concreto, ingresaría el 70% del coste de la llamada, siendo el 30% restante para el operador.
Un desembolso de 10 libras
Montar esta línea le supuso un desembolso de poco más de 10 libras, pero pronto comenzó a circular el dinero cada vez que decía “¿dígame?”. Por lo menos, la frustración e indefensión de tener que soportar llamadas a cualquier hora se convirtió en una creciente satisfacción al ver que poco a poco iba aumentando la cantidad ingresada.
No es para jubilarse anticipadamente con este extraño sistema. El joven ejecutivo reconoce que apenas ha ingresado 350 euros en concepto de llamadas desde que instaló la línea de pago, pero ha logrado reducir el bombardeo: antes recibía un promedio de 30 al mes, y ahora apenas superan la decena.
Y es en este momento cuando le interesaría recibir muchas más. Beaumont trabaja desde casa y, al comprobar que un dinero tan fácil, poco a poco, va llegando a su cuenta corriente, admite que estira las conversaciones al máximo fingiendo interés por el producto ofrecido.
Él reconoce que actúa sin trampa ni cartón y quien llama sabe que la conversación tendrá un coste. Lo inesperado del negocio ha llevado a nuestro hombre a publicar su número sagrado en redes sociales, con la esperanza de que las ávidas firmas de marketing lo incluyan en sus bases de datos.
El organismo regulador desaconseja la idea
La feliz idea de este hombre ha recorrido como la pólvora el Reino Unido desatando las alarmas entre empresas y operadores. Precisamente Phone Pay Plus, el organismo que regula este tipo de números de pago, se ha apresurado a desanimar al resto de los lectores a repetir el acto del ejecutivo. Aunque sólo pueden desaconsejarlo, porque no hay nada ilegal en ello. Según esta entidad, estos números fueron concebidos para otro tipo de negocio y deben atenderse quejas y reclamaciones de los que llaman.
De repente, el desprotegido consumidor pasa a ser el malo de la película en una maniobra completamente legal pero que rompe el precario equilibrio existente entre corporación y usuario. Entre tanto, el británico sigue disfrutando de su línea ‘caliente’ más que nunca y deseando recibir llamadas. Cuantas más, mejor.